El Espíritu Santo nos sorprende
siempre. En estos últimos tiempos vamos de sorpresa en sorpresa. Benedicto XVI
nos asombra con su renuncia, una renuncia pensada, meditada, realizada desde la
libertad y la humildad de quien se sabe débil pero con la fortaleza del
Espíritu:
¡Gracias Benedicto
XVI por tu testimonio realista, humilde y libre!
Fumata blanca y no se hizo
esperar mucho: ¡HABEMUS PAPAM!.
Luego sí, tuvimos que esperar, hasta
que se abrió el balcón y vino la admiración... Hasta que no se pronunció su
nombre, nos mantuvimos expectantes:
¡Jorge Mario Bergoglio!, Francisco I...!
Es argentino, el primer Papa
latinoamericano y Jesuita... Y se asomó al balcón. Un buen rato en silencio,
parecía que estaba en otra parte hasta que de una forma sencilla y cercana comenzó:
“parece que los cardenales han ido a
buscar el Obispo de Roma al final del mundo pero ya estamos aquí” y vino la
oración primero por su predecesor, después por él con sencillez el Padre Nuestro
y el Ave María... y después dirigiéndose a toda la multitud que llenaba la
plaza de S. Pedro y los que lo seguimos por la TV, la bendición y unas palabras
en las que nos invitó a iniciar:
“Un
camino de fraternidad, amor y confianza mutua...”
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